martes, 18 de septiembre de 2012

Bloqueo por falta de práctica.

El método de José Mourinho se caracterizó por su carácter simple, extenuante, y rápido. Al entrenador del Madrid solo le han servido las guerras-relámpago. No pasó de los dos años en el Oporto ni en el Inter, y no cumplió tres temporadas en el Chelsea, donde empleó unas cuantas semanas provocando conflictos hasta que el dueño del club, Roman Abramóvich, le despidió. Hay algo agotador en el modo en que el técnico gestiona al personal. Un observador que convive con él diariamente en el vestuario lo anunció en un corrillo, en Valdebebas, hace un año: “La temporada que viene, si él sigue, el club tendrá que cambiar a media plantilla”.

Mourinho acaba de iniciar su tercera temporada al frente del Madrid y cada vez le cuesta más trabajo ponerse de acuerdo con sus jugadores. Las derrotas en Getafe (2-1) y en Sevilla (1-0) han servido de impulso para que el propio entrenador abriera una crisis con los jugadores. Si el objetivo de las provocaciones públicas fue generar un estímulo, el plantel no lo percibió así. El hartazgo que arrastra el personal desde hace meses no ha contribuido a suavizar las relaciones. El origen del desencuentro no es reciente. Se remonta a 2010 y, entre otras cosas, tiene raíces tácticas. “Cuando los rivales nos esperan él [Mourinho] no sabe darle soluciones al equipo”, dice un jugador. “Ocupamos los mismos espacios, nos estorbamos, no sabemos movernos. Nos bloqueamos. No es falta de voluntad por nuestra parte. Pero él sale a las ruedas de prensa y nos echa la culpa a nosotros”.

Desde hace dos años los jugadores del Madrid advierten que el círculo de la preparación no acaba de cerrar. A los entrenamientos les falta, dicen, una buena dosis de eso que llaman “ataque estático”. Insisten en que el técnico no trabaja con el grupo para generar movimientos sincronizados capaces de crear espacios cuando los rivales se cierran en su campo a esperar y son ellos quienes deben llevar la iniciativa con el balón. Esto ocurrió en Sevilla (1-0), donde el Madrid se mostró agobiado ante la necesidad de tener que elaborar el juego sin poder contragolpear. Mourinho insiste en los desplazamientos largos y rápidos, en la velocidad, y en la furia competitiva, como si fuera la panacea. Pero esto, observan sus futbolistas, no siempre es una solución. Mucho menos cuando el rival se adelanta en el marcador.

El año pasado el Madrid debió remontar 10 partidos en Liga. Perdió uno y acabó imponiéndose en nueve. Pero, salvo contra el Zaragoza en el Bernabéu (3-1), las ocho remontadas restantes se agilizaron gracias a decisiones arbitrales polémicas: ocho penaltis a favor del Madrid y siete expulsiones de rivales por una sola expulsión madridista (Di María) fueron el saldo de aquellos combates. En Mallorca, además, el árbitro anuló un gol legal de Víctor que se habría convertido en el 2-0. Y, cuando acabó el partido contra el Betis (2-3), los jugadores entraron al vestuario riéndose porque el juez había ignorado sendas manos de Ramos y Alonso en el área de Casillas.

Mourinho siente que el vestuario no le apoya. Sentencia que la culpa de la actual crisis la tiene los jugadores porque, como dijo en Sevilla, se han desmandado hasta crear “un estado de ánimo colectivo” en el que no abundan “cabezas comprometidas con el fútbol”. Los jugadores, por amplia mayoría, creen que Mourinho elude su responsabilidad, o incluso que emplea las conferencias de prensa “para prepararse el camino” y, eventualmente, “quitarse de en medio”. Le imaginan fuera del club más pronto que tarde.

El dilema que inflama al vestuario del Madrid no sería nuevo de no ser por el hecho de que el entrenador es el primer técnico en la historia del fútbol que se percibe a sí mismo como una estrella de la cultura popular. Un fenómeno de masas, objeto de semideificación por parte de miles de adoradores. Un hombre que, cada día que pasa, va confundiéndose un poco más con su propio mito, convencido de su infalibilidad. Cuando comenzaron las dificultades, a ojos de los futbolistas, no expresó la menor duda: si acaso es convicto de algo es de haberse puesto en manos de jugadores que no merecen estar a sus órdenes. “Él se ve a sí mismo como una celebridad”, observan en la plantilla. En este escenario, y con protagonistas tan celosos de su reputación, las líneas de falla se multiplican y hasta los acuerdos de compromiso parecen inalcanzables.

Diego Torres (El País 16.09.2012)

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