Para analizar el partido del sábado pasado entre el Real Madrid y el Barcelona (empate a 1 goles al final) podríamos seguirle el juego a Mourinho con las expulsiones, cebarnos en la nueva labor que dio a Pepe como medio centro al más puro estilo Javier Clemente en el Mundial de 1998 frente a Nigeria (Ferrer - Nadal - Hierro- Sergi - Iván Campo- Alkorta), distraer la atención con el tema de la prensa, resaltar la figura de Ozil o remarcar las palabras de Valdano indicando que cada club jugó con las armas que tiene. Pero cualquiera de ellas seria prestarle demasiada atención a los detalles.
Prefiero quedarme con la “big picture” que indica que el mejor club del siglo XXI con un presupuesto actual de €400m, 4 campeones del mundo y 2 balones de oro en el campo, con el entrenador mejor pagado del mundo y siendo uno de los mejores que existen, jugando en casa con el aliento de 85.000 aficionados, solo es capaz de plantarle cara al eterno rival esperando agazapado en medio campo como si de un club modesto se tratara, a pesar de tener que recuperar 8 puntos de desventaja.
La complacencia de dirigentes y el buen sabor de boca con el que salieron los jugadores en los medios de comunicación tras el encuentro es para sonrojarse y bien demostrativo del nivel de exigencia actual del club.
Seguro alguna vez sonará la flauta y ganará con ese planteamiento, pero de momento frente al Barcelona Mou lleva cosechadas 6 derrotas, 3 empates y 3 victorias contando sus enfrentamientos con el Chelsea, Inter y Real Madrid. Ya lo dice hasta Johan Cruyff, acusado siempre de alinear más defensas cada vez que se enfrentaba al Madrid: “Para jugar con 7 defensores es que has de tener mucho miedo. El Bernabéu no suele permitir planteamientos así de sus técnicos, al menos hasta hoy”
Pero si es lo que los aficionados “moudridistas” quieren, que así sea. Mientras os dejo con lo que Santiago “ El Indio” Solari escribió en su blog del diario El País hace unas semanas, donde podéis sin duda alargar la lista de entrenadores que menciona.
SOBRE IDEAS Y METODOS
Por encima de las discusiones conceptuales, lo que más me ha fascinado a lo largo de mi carrera ha sido la observación de los métodos que eligen los distintos entrenadores para intentar plasmar sus ideas. He tenido dos grandes clases de buenos entrenadores: los que creen en los sistemas y los que creen en los futbolistas.
Los primeros organizan una estructura verticalista: ordenan, unifican, automatizan. El objetivo principal es intentar reducir al mínimo la cantidad de errores. Sus procedimientos se desarrollan con gran intervencionismo táctico y se hace un enorme esfuerzo por tratar de prever y controlar todo lo que pueda suceder durante un partido. Marcelo Bielsa y Claudio Ranieri se integran en este grupo, aunque con vocaciones distintas. Bielsa dedicaba su energía a sistematizar el ataque. Ranieri se concentraba en la defensa.
Es difícil, en este tipo de esquema, salirse del libreto. A favor se puede decir que hay poco lugar para el desorden y los vicios individuales. En la sucesión de automatismos que dotan de carácter a estas fórmulas se detectan fácilmente los errores posicionales de los jugadores en las distintas fases de un partido. Estos equipos pecarán antes de anodinos que de anárquicos.
El método verticalista en sí puede producir un peligroso proceso: una suerte de banalización de la responsabilidad individual. No me refiero a la responsabilidad en el error puntual, sino a aquella más trascendental que es la que acarrea el compromiso con las propias convicciones. Al recortar la iniciativa personal, se corre el riesgo de promover el desistimiento en el emprendimiento individual.
Si se produce una renuncia a intentar leer y entender desde dentro las necesidades de los partidos, los futbolistas quedan condenados a un papel meramente ejecutivo. Cuando esto sucede y el jugador solo se limita a realizar obedientemente aquello que se le ordenó, encuentra un cómodo refugio detrás del mandato del superior y se desentiende de su responsabilidad más importante: pensar.
En estos modelos, el jugador corre un riesgo inesperado. A veces, la presión autoimpuesta por cumplir a rajatabla con las imposiciones es la que termina desnaturalizándolo.
Por el contrario, los entrenadores que tienen fe en el jugador y le otorgan un margen de libertad, transitan caminos más heterodoxos. Del Bosque y Ramón Díaz entran en esta categoría. Más que imponer un orden premeditado, lo que buscan es moldear paulatinamente un esquema que respete las características naturales de los jugadores. El entrenador que prefiere este tipo de maneras resulta ser, por lo general, una persona más negociadora. Intentan guiar y convencer.
Activan la autoestima tolerando espacios de libertad para que se desarrollen las iniciativas individuales. Es a través de estos espacios de no intervencionismo donde se promueve la creatividad. A los jugadores les resulta más fácil encontrar mecanismos de juego que no estaban previstos: asociaciones que crecen por la libre interacción del talento de los futbolistas y para las que no existe una fórmula estandarizada de estimulación.
Estos métodos dependen, en gran medida, de la capacidad y la inteligencia de los futbolistas con los que se cuenta para evitar caer en excesos que solo lleven a la dispersión o al caos.
En el ejercicio cotidiano de la profesión, cualquier persona que se precie a sí misma se siente más cómoda dentro de un esquema que le otorgue un margen para aportar decisiones propias.
Como juego colectivo que basa buena parte de sus posibilidades de éxito en la precisión y el engranaje del conjunto, en el fútbol es impensable despreciar la jerarquización de la autoridad, pero no podemos olvidar que la creatividad y la imaginación necesitan espacio para tomar vuelo.
La mágica labor de los grandes entrenadores es cuando, en ese brebaje, logran conjugar todos los pequeños ingredientes para que armonicen.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Agradezco todo tipo de comentarios, opiniones y preguntas. Muchas gracias por vuestro tiempo!